miércoles, 30 de enero de 2013

*LA FOTOGRAFÍA QUE NUNCA HICE*

Hace 4 años tomé la decisión de irme a vivir a Turín. Llevaba años con la tentación en la cabeza pero una serie de problemas no me lo permitían. Cuando éstos se solucionaron, rompí con todos los miedos y decidí comenzar una nueva vida en el Norte de Italia, principalmente (todo sea dicho) por amor.
Por aquel entonces, a pesar de que todavía no me había planteado estudiar fotografía en la escuela, ya tenía mi Nikon y me pasaba el día entero jugueteando con ella.
Cuando me preparaba todo lo necesario para mi nueva vida, encontré por casa una YASHICA analógica de mi padre, que tenía el fotómetro roto, pero con algunos trucos que vi por Internet para que la exposición fuese correcta no habría problema. Así que decidí comprar un carrete y documentar catorce horas de carretera y manta (furgometal, perro y mi vida en una maleta incluido) con aquella cámara.
Fotografíe carreteras francesas, paisajes escondidos, gasolineras perdidas en medio de nada, moteles cutres y atardeceres que para mi eran mágicos (como todo en ese viaje). Pero sin duda, en ese carrete había una foto ganadora, Doña Foto y era la siguiente:
Justo al cruzar la frontera Francia-Italia, en Ventimiglia, mis piernas estaban ardiendo apoyadas en el salpicadero (era verano), las uñas de los pies pintadas como es típico en mi, de los miles de colores que tiene la gama de H&M y justo debajo mía Taburete (mi perro).
Por la ventanilla bajada de la furgometal entraba una luz de atardecer preciosa y era una carretera típica de película italiana llena de carteles de que había llegado a "mi nueva vida". Cogí entonces la YASHICA, me retorcí de tal manera que en el plano aparecía Taburete mirándome desconcertado (como siempre que me ve hacer fotos), el brazo del que creía era el hombre de mi vida al volante, mis piernas desnudas y pies de colorines apoyados en el salpicadero y esa preciosa carretera y su atardecer a través de ventanillas bajadas.
Pensé mientras la hacía que en esa fotografía se podría oler a Italia, a mi emoción y hasta escuchar "Che coss´é l´amor" de Vinicio Capossela que se oía a trompicones por una radio llena de interferencias.
Después de esa fotografía, solo quería gastar el carrete para llevarlo a un buen laboratorio del que me habían hablado y contemplar a Doña Foto, que rondaba mi cabeza todo el día. Hasta pediría copias y se la mandaría a mi gente de España como postal.
Pues bien, carrete gastado e ilusión perdida, cuando fui a recogerlo, no había salido nada. No sé si fallé yo o la cámara estaba rota. De hecho, todavía la tengo girando por mi habitación, mirándome, pero como elemento decorativo. Ya que a partir de ese momento le cogí un miedo terrible a las cámaras analógicas y no me he atrevido a volver a usar una que no sea automática.


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